Reconozco que a veces soy un poco territorial, antisocial, pesada, llámenme como quieran, pero en algunas oportunidades me molesta un poco la sobrepoblación en la cancha. No es que no me guste que vayan, pero ese es mi lugarcito, es mi espacio de todos los fines de semana y no me gusta que sea ocupado. Aparte me carga que me aplasten y no poder ver a mi equipo tranquila, no poder cantar sin que me empujen.
Más me carga que me pongan un brazo en la cabeza porque se están sacando una foto mientras corren los 90’, me carga porque son caras nuevas, que no veo todos los fines de semana ahí, que seguramente no vendrán el otro fin de semana, pero la foto va a Facebook seguro.
Ayer cuando llegué pensé que sería uno de esos días. Por suerte siempre estoy rodeada de amigos que me protegen con mis problemas de estatura. Sin embargo, algo estaba pasando… entiendo que para un clásico siempre llega gente nueva y hemos aprendido a que es así, pero este no era un partido especial. Sí, claro que era un partido interesante, Unión venía jugando muchísimo y nosotros siempre tenemos más fe que el propio plantel, así que iba a ser un partido bonito, pero pensaba que eso solo lo sabíamos o considerábamos quiénes disfrutábamos del placer de ver a la U constantemente.
En fin, no se si las caras nuevas lo sabían o no, pero estaban ahí igual. No me malentiendan, sé que todas las fechas va gente distinta, pero hay un grueso que va siempre y esas son las caras que uno reconoce.
El partido se empezó a jugar y la gente como siempre comenzó a alentar. Pasa a menudo que las caras nuevas no mantienen el canto los 90’ y siempre hay alguien en alguna butaca mirando el celular, como también siempre hay muchos que, como si se tratara de una obligación inherente al lugar donde están, les recuerdan a gritos que deben cantar.
Pero ayer no, ayer pasaba algo, había un entusiasmo especial por alentar, había algo mágico en el ambiente. Miré a mi alrededor y estaba rodeada de caras que conocía, de muchas otras jamás vistas, pero ayer nadie me molestaba.
Estuvimos viviendo cada minuto del segundo tiempo como si tan solo quedara un par de ellos, como si en cualquier segundo el árbitro fuera a pitar, en una tensión tan conocida pero tan lejana a la vez.
Finalmente el momento llegó, por fin pudimos abrazarnos en el frenesí que este sentimiento genera en nosotros. Estoy segura de que no fuimos los únicos, sé que en miles de butacas y en cualquier rincón de este país, había miles de camaradas envueltos en ese mismo abrazo de gol, el más sincero, el más desinteresado, el más reconfortante que uno puede recibir.
No era un campeonato, no era una clasificación, no; era el sentimiento de que por fin estábamos recuperando a nuestra «U». El sentimiento de alegría de que por fin “estábamos jugando por algo”, era la emoción del bombo que sonaba sin parar en la misma sintonía que nuestros corazones, era el concreto que vibraba y me recordaba que yo no sólo vibraba por ver a la «U», que no vibraba únicamente por eso, si no que esa emoción se exacerba cada vez que al equipo le va bien.
No sé qué minuto era, pero ya habían adicionado los 4’ restantes, sabíamos que había sido a la antigüita, sabíamos que eso era el resabio del equipo mágico que daba vuelta partidos siempre en los últimos minutos y que dio lugar a las típicas frases de “si no se sufre, no es la U”. Que alegría.
Un estadio con casi 34.000 personas (según lo que registró la organización) se encontraba de pie, Andes y Tribuna incluídas, coreando el tema que proponía la barra. Ya no existían los nuevos y los de siempre, ya no existían los de Andes y los de Galería, sólo existían camaradas.
Vayan, vayan a todos los partidos, no importa si se sacan fotos o si hacen cosas que yo consideraría no apropiadas para el estadio, ¡quien soy yo para juzgar eso! Quizás conmigo pasó lo mismo, era pequeña así que de seguro mi papá pasó un par de meses entreteniéndome con papel picado, comprándome banderas, maní, bebidas, hasta que todo eso pasó a segundo plano y terminé enamorándome de lo fundamental.
Vayan, hagan lo que tengan que hacer para encantarse, pero sigan yendo. Dispongan mientras puedan de ese pedacito de su tiempo, abracense, griten, enojense, lloren, sientan. Hay miles de regiones que no pueden venir siempre; si pueden vengan.
No se los pido porque los necesitemos, nuestra asistencia habitual está más que respaldada, siempre habrá miles que estarán y creo que en esta hinchada ninguna individualidad es indispensable. Se los pido por ustedes; vayan al sector que deseen, pero quieran ir, sientan, pero de verdad, emociónense, a veces sentirán rabia, enamórense y sigamos regalándonos postales como la de ayer.
Un abrazo camaradas.